En el comienzo los hombres no morían, sino que a medida que avanzaban en la vida mutaban su piel como las serpientes y los cangrajos, y salían con su juventud renovada. Habiendo envejecido, una mujer fue al arroyo a cambiar su piel. Arrojó su vieja piel al agua y vió como flotaba corriente abajo y se enganchaba en un palo. Entonces se dirigió a su casa, donde había dejado a su niño. El niño no la reconocía, llorando que su madre era una mujer vieja y no como esta mujer extraña; para calmar al niño la madre fué a buscar la piel descartada y se la volvió a poner. Desde entonces la humanidad cesó de mutar su piel.
R.H Codrington, The Melanesian ( oxford, 1891), pag. 265
Del libro de Fábulas Mitos y cuentos populares que armaron en la escuela de Olivia. ( tomo 2 año 2009)
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