25.10.14

Viviendo en tiempo presente

 "Nada es más incierto que la duración de la vida en particular, y son muy pocos los que llegan al término supuesto."...

..."¿Qué habrá que pensar, pues, de esa inhumana educación que sacrifica el tiempo presente a un porvenir incierto, que carga con cadenas de toda especie a un niño, y lo tortura preparándole para una lejana época una ignota felicidad, la cual tal vez no disfrutará "...
..."Amad la infancia, favoreced sus juegos, sus deleites y su ingenuo instinto. ¿Quién de vosotros no ha sentido deseos alguna vez de retornar a la edad en que la risa no falta de los labios y en la cual el alma siempre está serena? ¿Por qué queréis evitar que disfruten los inocentes niños de esos rápidos momentos que tan pronto se marchan, y de un bien tan precioso del que no pueden excederse? ¿Por qué queréis colmar de amarguras y dolores esos primeros años tan cortos, que pasarán para ellos y ya no pueden volver para vosotros?"

"¡Oigo de lejos los clamores de esa falsa sabiduría que nos echa incesantemente fuera de nosotros, que desprecia siempre el tiempo presente, y, persiguiendo sin descanso un porvenir que huye a medida que nos adelantamos, y que a fuerza de querer trasladarnos adonde no estamos, nos transporta hacia donde no estaremos jamás!"


Todo sentimiento de dolor es inseparable del deseo de librarse del mismo; toda idea de placer va unida al deseo de disfrutarlo; todo deseo supone privación, y todas las privaciones que sentimos son penosas; nuestra miseria consiste, pues, en la desproporción entre nuestros deseos y la de nuestras facultades. Un ser sensible en el cual las facultades fuesen iguales a los deseos sería un ser absolutamente feliz.
¿En qué consiste, pues, la sabiduría o la ruta de la verdadera felicidad? Precisamente no está en disminuir nuestros deseos, ya que si estuvieran por debajo de nuestro poder, una parte de nuestras facultades quedaría ociosa, y nosotros no gozaríamos de todo nuestro ser. Esto no consiste en otra cosa que extender nuestras facultades, pues si nuestros deseos se extendieran al mismo tiempo en mayor cantidad, seríamos más infelices. Pero esto es disminuir el exceso de los deseos sobre las facultades y poner en perfecta igualdad el poder y la voluntad. Solamente entonces es cuando todas las fuerzas están en actividad; el ánimo, sin embargo, permanecerá tranquilo, y el hombre disfrutará de un justo equilibrio.
Es así como la naturaleza a primera vista lo ha constituido, ya que ella lo ha hecho todo de la mejor manera. No le da inmediatamente más que los deseos necesarios a su conservación y las facultades suficientes para satisfacerlas. Ha puesto todas las otras en el fondo de su alma como de reserva para desenvolverse a medida que las necesite. Es en este estado primitivo cuando el equilibrio del poder y del deseo se encuentran y cuando el hombre deja de ser desgraciado. Tan pronto como sus facultades virtuales se ponen en acción, la imaginación, la más activa de todas, se despierta y las adelanta. Es la imaginación lo que extiende por nosotros la medida de las cosas posibles, tanto si es en bien como en mal, y por consiguiente excita y nutre los deseos con la esperanza de satisfacerlos. Mas el objeto que parecía a primera vista estar al alcance de la mano huye tan velozmente que no se le puede perseguir; cuando uno cree alcanzarlo, se transforma y se presenta a mucha distancia de nosotros. No viendo más el terreno ya recorrido, no lo contamos por nada; el que nos falta recorrer se nos ha aumentado y se extiende sin cesar. Así uno se rinde sin llegar a su término, y cuanto más nos acercamos hacia el goce, más la desgracia se aleja de nosotros. Por el contrario, cuanto más el hombre está cerca de su condición natural, más pequeña es la diferencia entre sus facultades y la de sus deseos, y por consiguiente está menos lejos de ser un hombre feliz. Jamás es menos miserable que cuando parece desprovisto de todo, pues la miseria no consiste en la privación de las cosas, sino en el deseo o necesidad que uno siente de ellas.   



¡Qué manía tiene un ser tan transitorio como el hombre de mirar siempre a lo lejos, hacia un porvenir que raramente viene, y de descuidar lo presente, donde está lo seguro! 

                                                                                                                                 Emilio, Rousseau, 1762









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